Parando en este punto, quizá claro oscuro, averiguo el entorno de un taladro
moribundo, que va como sumergido, a encontrarse con este aparatoso minuto, y
aunque abandonado del todo, continúa su andadura por lo extraño, emitiendo
alaridos concretos. Sin embargo, la escapatoria que alberga esperanzas, ya no
rectifica y deja abiertos campos, como esquemas momentáneos que rotos desvían
hallados los últimos restos de un naufragio. Al fondo, bajo una perceptible muralla, los alaridos vuelven a tornarse,
degenerando en huellas. Intuyo que ya no es silencio lo que toca el suelo.
Silenciosamente ruidoso...
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